Era un tiro al
piso, el titán de los llanos sería invencible ante el impresentable burguesito
ROBERTO GIUSTI | EL
UNIVERSAL
martes 24 de julio
de 2012 12:00 AM
La visión
superficial y adocenada del chavismo sobre Henrique Capriles ha sido, quizás,
la equivocación fundamental de su campaña electoral. En principio parecía fácil
proyectar el contraste entre el hijo del pueblo, el pata en el suelo que emerge
desde lo más profundo de "las gargantas de la pobreza, "redimido por
su propio esfuerzo y la ayudadita, decimos nosotros, de un golpe fracasado y el
hijo de la burguesía, el niño bien, hijito de papá y mamá, cuyo último capricho
es ser Presidente.
Era un tiro al piso, no podía fallar, el titán de los llanos resultaría invencible ante un impresentable burguesito que no sabía lo que era crecer en un rancho de paja con piso de tierra, toda una fábula, qué ironía, del self made man, cuya misión emancipadora era preciso continuar, ante el jovenzuelo que perseguía la destrucción de una Arcadia igualitaria, pacífica, segura y próspera donde todos somos felices.
Craso error. Por muy férreo que sea el control estatal de la mayoría de los medios y pese al uso indiscriminado del aparato propagandístico, la realidad se impone sobre la ilusión mediática y los venezolanos saben, porque lo sufren, que el mundo verdadero es la antítesis del que nos ofrece el almibarado Chávez (cuando no lo descompone el odio) de la camisa azul. Pero no solo se trata de un enorme engaño frustrado sino del contraste de un gobernador entregado a sus electores y sobre todo a los más vulnerables. Un líder que despacha desde la calle, consustanciado con las víctimas de la desidia del gobierno central y capaz de demostrar, en pequeña escala, lo que se puede hacer desde la grande.
No se trata, entonces, del origen social de un candidato sino de su sensibilidad, de su honestidad, de su sentido de la justicia, de su entrega a los pobres, en fin, de un apostolado en acción y no de la verborragia al uso, desmentida por unos hechos que corroboran el profundo desprecio que el hombre de la camisa azul siente por quienes, dice, ya no son ellos porque "son Chávez".
Pero la sucesión de errores estratégicos no queda ahí. Hay otro notorio. Aquel según el cual yo soy el estadista, el intelectual, el ideólogo que impone un proyecto universal cuyos objetivos se pierden en el horizonte de la demagogia, mientras que el otro es un imberbe, un ignorante incapaz de leerse un libro completo. Pues bien, ahí el pelón es de mayor dimensión. Primero porque se autodescribe al insultar a su oponente y segundo porque éste, efectivamente, no es un filósofo sino un aspirante a Presidente con un programa concreto y realizable, que ya demostró su capacidad de resolver los problemas con más hechos y menos palabras.
Era un tiro al piso, no podía fallar, el titán de los llanos resultaría invencible ante un impresentable burguesito que no sabía lo que era crecer en un rancho de paja con piso de tierra, toda una fábula, qué ironía, del self made man, cuya misión emancipadora era preciso continuar, ante el jovenzuelo que perseguía la destrucción de una Arcadia igualitaria, pacífica, segura y próspera donde todos somos felices.
Craso error. Por muy férreo que sea el control estatal de la mayoría de los medios y pese al uso indiscriminado del aparato propagandístico, la realidad se impone sobre la ilusión mediática y los venezolanos saben, porque lo sufren, que el mundo verdadero es la antítesis del que nos ofrece el almibarado Chávez (cuando no lo descompone el odio) de la camisa azul. Pero no solo se trata de un enorme engaño frustrado sino del contraste de un gobernador entregado a sus electores y sobre todo a los más vulnerables. Un líder que despacha desde la calle, consustanciado con las víctimas de la desidia del gobierno central y capaz de demostrar, en pequeña escala, lo que se puede hacer desde la grande.
No se trata, entonces, del origen social de un candidato sino de su sensibilidad, de su honestidad, de su sentido de la justicia, de su entrega a los pobres, en fin, de un apostolado en acción y no de la verborragia al uso, desmentida por unos hechos que corroboran el profundo desprecio que el hombre de la camisa azul siente por quienes, dice, ya no son ellos porque "son Chávez".
Pero la sucesión de errores estratégicos no queda ahí. Hay otro notorio. Aquel según el cual yo soy el estadista, el intelectual, el ideólogo que impone un proyecto universal cuyos objetivos se pierden en el horizonte de la demagogia, mientras que el otro es un imberbe, un ignorante incapaz de leerse un libro completo. Pues bien, ahí el pelón es de mayor dimensión. Primero porque se autodescribe al insultar a su oponente y segundo porque éste, efectivamente, no es un filósofo sino un aspirante a Presidente con un programa concreto y realizable, que ya demostró su capacidad de resolver los problemas con más hechos y menos palabras.
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acercando el majunche, Chavez. Vamos pronto a ver lo que harás…