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jueves, 16 de diciembre de 2010

LA EXPOSICIÓN UNIVERSAL DE PARÍS EN 1889

Autor: Napoleón Pisani Pardi


1889 es el año donde ocurren grandes acontecimientos en París. La inauguración de la Torre Eiffel, obra del ingeniero Gustavo Eiffel, es la principal atracción de La Exposición Universal en la capital de Francia.


Gustavo Eiffel
 Ese gran acontecimiento ocurre cien años después de la Revolución Francesa, y allí estaban presentes numerosas personalidades del país anfitrión y de otras naciones: el Presidente Sadi Carnot,[1] y todos los príncipes árabes y persas, los hijos del Kedibe de Egipto, el Gran Duque Nicolás de Rusia, el Bey de Zanzibar, el Sha de Persia, la Reina de Madagascar, la madre del Emperador de Alemania y casi todos los Reyes y Jefes de Estado europeos.
“La exposición se inaugura después del mediodía – escribe un periodista de la época – .El público es numeroso y alegre, todos los parisienses están en la calle, y al pie de la torre la Guardia Republicana ejecuta La Marsellesa”.
En aquel año de 1889, los pueblos del mundo fueron a ver las maravillas que se exhibían en los pabellones de los diferentes países representados en aquel inmenso,  hermoso y nunca visto espectáculo de lo producido por el hombre, por la naturaleza, por los dioses de todas las religiones, por lo inconmensurable del universo, por todo lo que la fantasía moldea sorprendentemente para enriquecer la existencia.
Entrada a la Exposición Universal de París
“Por veintidós puertas se puede entrar a la Exposición – dice José Martí en su artículo publicado en el tercer número de la Revista La Edad de Oro -.



 La entrada hermosa es por el Palacio del Trocadero, de forma de herradura, que quedó de una exposición de antes y está ahora lleno de aquellos trabajos exquisitos con plata para las iglesias y las mesas de los príncipes, los joyeros del tiempo de capa y espadón, cuando los platos de comer eran de oro y las copas de beber eran como los cálices. Y del palacio se sale al jardín, que es la primera maravilla. De rosas nada más, hay cuatro mil quinientos diferentes; hay una rosa casi azul.”
La gastronomía universal, los descubrimientos científicos, los avances de la técnica industrial, el arte en todas sus manifestaciones, las creaciones de los grandes poetas y escritores, las hazañas de los exploradores de todos los tiempos y todas las geografías, la historia de las batallas más cruentas, la vida de los políticos, de los sabios, de los santos, de los constructores de ciudades, de barcos, de templos, de fortificaciones, etc. Se podían apreciar en aquella inmensa Exposición, donde también se mostraba parte de la fauna más representativa de algunos países.
Pabellón de Venezuela
“El Pabellón de Venezuela – dice Martí -, con su fachada como Catedral”, muestra sus productos en hermosas vidrieras artísticamente colocadas, y que ocupan el cuerpo principal del edificio.
 En uno de los departamentos secundarios se exhibe una colección etnográfica, en otro, está la exposición de mineralogía. Y en un pequeño salón, a la derecha de la entrada, se encuentra la oficina del personal que nos representa en nuestro Pabellón: Antonio Guzmán Blanco, [2] Antonio Parra Bolívar, F. Cowaia, Alberto Lares y Carlos A. Villanueva.
“No es de admirar que la exposición de Venezuela se ubique en el rango de las más suntuosas y de las mejores establecidas entre las exposiciones americanas – dice una nota del diario venezolano La Opinión Nacional – puesto que ha estado bajo la hábil e inteligente dirección de su excelencia el General Guzmán Blanco, secundado por un Comisario Delegado tan apto como el señor Parra Bolívar”.


General Antonio Guzmán Blanco

“Una estatua de bronce del Libertador, dedicada al General Guzmán – continúa diciendo el autor de la nota periodística -.  Cerámicas de Miguel Herrera, que ofrece un buen número de piezas de muy buena fabricación, como son las de servicio de la casa presidencial, con orla de un azul pálido realzada en oro, y en cuyo fondo se destacan, con colores vivos el escudo de Venezuela. Este servicio es de un efecto muy hermoso, la pasta, de bella transparencia, está fabricada con Kaolín de Bermúdez. Mencionaremos también una bella exposición de telas de Valencia de la casa de F. Sales Pérez [3] y Co., y algunos sombreros de paja de Panamá del estado Lara, y otras especies de sombreros de paja, muy ordinarios todos, sin embargo”.
Gustavo del Barral es el periodista autor de estos comentarios publicados en el diario La Opinión Nacional en 1889, que, por ser una importante fuente informativa histórica, seguiremos utilizando en este modesto trabajo acerca de la Exposición Universal de París.
“En Venezuela, donde la instrucción científica estaba muy adelantada, florece también la química. Además de la exposición de la Casa Cook e hijos, nos atrajo de una manera especial la gran vidriera donde distinguidos sabios exponen los productos que han descubierto. Aquí las investigaciones de los señores A. Müntz y Marcano sobre las aguas negras de las regiones ecuatoriales y en las tierras nitradas, nitrato de cal, de soda y de potasa, que fueron objeto de un informe de la Academia de las Ciencias de París.
Vicente Marcano




 La industria azucarera está muy bien representada por las diferentes especies de azúcar que se consumen en el país y expuestas por Carlos Sánchez de Valencia. Los tabacos de Venezuela tienen una fama casi igual a los de la Habana, particularmente los de las provincias de Cumaná, Barinas y Maturín. Están muy bien representadas en el Campo de Marte por cigarrillos muy finos, muy elegantes, y magníficos productos de Pedro Carlos Morales, de J.M. Herrera Irigoyen [4] y compañía, y sobre todo de la manufactura de La Fragancia.”
En otras vidrieras se exhibían licores y numerosos productos farmacéuticos extraídos, en su mayor parte, de la flora venezolana. También se mostraba el vino de coca del Dr. Bermúdez, y los depurativos sacados de la zarzaparrilla, preparados por G. Sánchez, y la panacea, extraída de la misma raíz de zarzaparrilla, de José Félix Armas. En otras vidrieras se exponían en bandejas, grandes madejas de seda [5] de Caracas, muestras de diferentes especies de capullos blancos.
Productos de la agricultura y de los bosques del país, se mostraban en la Exposición Universal, también lo hacían, en forma colectiva, los cultivadores del café y los del cacao. En dos grandes vidrieras se podían leer que la cosecha anual del café era de 200.000 sacos, y los del cacao de 120.000 sacos.  Una hermosa acuarela daba idea de las vastas plantaciones de ambos granos de Don Federico de la Madriz, donde se producía el café a la sombra de los guamos y bucares. Por todas partes de La Exposición, arriba de las vidrieras, copones y vasos de cristal, estaban llenos de mil productos de la tierra venezolana. Anexo al pabellón se exhibía una pirámide de oro, cuyo peso era de 1.217.057 onzas, y su valor de 120.000.000 francos. Ese oro fue extraído de las minas del Callao desde 1881 hasta 1888. Junto a esa espectacular muestra de las minas del Callao, se encontraban muestras de las minas de cobre de Aroa, de la Compañía Callao bis y de la Compañía Venezuela Austin.
Asfalto de los Andes, carbón de piedra de la Isla de Toas, de Orituco, de Curamichate, de Taguay y de la sociedad Francesa del Neverí, se exponían al lado de los cafés, maderas, lana vegetal, aguas ferruginosas de Mariara y zarzaparrilla, que ofrecía Dolores B. de Tovar.
Insectos, cráneos de las diferentes etnias que habitaban en el país, un plano en relieve del nuevo puerto de la Guaira, obras impresas de Andrés Bello, Baralt, Arístides Rojas, Antonio Leocadio Guzmán, Francisco G. Pardo y José Antonio Maitín, formaban parte de las extensa y heterogénea colección de objetos que mostraba al público nuestro pabellón.
La música fue así mismo, protagonista importante en nuestro pabellón. Josefina Sucre Larrazábal, de quince años, y sobrina del gran músico venezolano Felipe Larrazábal, había sido escogida para representar al país en La Exposición Universal, pues ya a esa edad, tenía extensos conocimientos de la técnica del piano. 
Allí, junto con su amiga Graziella Calcaño, interpretarían, a cuatro manos, valses criollos, los cuales, por su estructura rítmica, son muy diferentes al vals vienés.
 Estas ejecuciones de las dos jóvenes pianistas tuvieron mucho éxito entre el público asistente al Pabellón de Venezuela, y también, entre los invitados especiales por Guzmán Blanco, para ir a escuchar a estas virtuosas del piano al Gran Hotel de París.
Estas jóvenes venezolanas tuvieron la oportunidad de admirar la obra Carlota Corday del pintor Arturo Michelena, la cual obtuvo Medalla de Oro en aquella gran ocasión. Asimismo, se alegraron con el triunfo de otro artista venezolano, Emilio Boggio, quien ganó Medalla  de Bronce en la Exposición de 1889.

“La impresión que deja una visita a esta exposición – dijo un periodista francés – es lo más agradable, y se completa con una obra de estadística [6] muy interesante, escrita en cinco idiomas, la cual se ofrece gratuitamente al público. Venezuela es, merced a su clima, a la riqueza de su suelo, a la sabiduría de su legislación, un país que al igual de la República Argentina, ofrece las mayores ventajas para el inmigrante. Es un país, que como hemos visto, todo abunda, animales, vegetales y minerales, el hombre no puede vivir desvalido, pues siempre encontrará en que emplear sus brazos o su inteligencia”.
 Meses antes de inaugurarse la Exposición Universal, y después de su apertura al público, el mundo estaba pendiente de este gran acontecimiento histórico.
Dr. Juan Pablo Rojas Paúl




 En Venezuela, donde era Presidente el Dr. Juan Pablo Rojas Paúl, había mucha expectativa por este acontecimiento, que no logró opacar la contienda electoral entre el General Raimundo Fonseca y Raimundo Andueza Palacios, candidatos a la presidencia de la República. El tema electoral era comentado constantemente en la prensa nacional de aquélla época, y, así mismo, era motivo de conversación cotidiana entre la población. Sin embargo, eso no fue impedimento para que se acrecentara el interés hacia lo que en ese momento sucedía en la capital francesa, interés que contribuyó a fortalecer los sentimientos de estima y admiración que, desde antes del primer gobierno de Guzmán Blanco, los venezolanos sentían por Francia.
Para el venezolano integrante de la clase privilegiada, París era el centro cultural del mundo, concepto que para él se corrobora cuando se inaugura La Gran Exposición Universal, donde la mayoría de los países de la Tierra concurren para dar a conocer su historia, y todo “cuanto ha descubierto y hecho el hombre desde que andaba por los bosques desnudo hasta que navega por lo alto del aire y lo hondo de la mar “como lo dijo José Martí en su escrito acerca la Exposición en París.
Caracas era una ciudad afrancesada, donde el único idioma que se estudiaba con entusiasmo era el francés, y la mayoría de los textos que se utilizaban en el bachillerato y en la enseñanza universitaria eran franceses. Era un privilegio haber vivido en la “ville lumiere”, o tener un familiar estudiando, o trabajando, o haciendo vida de bohemio en Francia.
Estaba en boga incorporar palabras en francés durante las conversaciones cotidianas. Decir “merci”, era más elegante que decir gracias, como también era elegante decir “je suis fatigue”, en vez de estoy cansado. También era símbolo de refinamiento, “aller” al negocio de delicateses “La Mejor”, de Carlos Zuloaga Tovar (padre de Armando Zuloaga Blanco, joven estudiante anti-gomecista quien murió en Cumaná durante el desembarque del Falke en 1929) que estaba frente a la Plaza Bolívar, ya que en ese negocio, todo, o casi todo, era traído de Francia.
A través de la adquisición de algunas delicateses importadas de ese país europeo, solicitadas en idioma francés, sin duda, los integrantes de la élite caraqueña, se sentían muy cercanos en” pensamiento, palabra y obra”, a la nación del gran Víctor Hugo.
En Caracas, “el París de un piso” de Guzmán Blanco, todo lo que se relacionara con Francia era lo preferido por la clase pudiente. Fue así que el peluquero francés Jacquet, se convirtió en el estilista más solicitado y mimado por las señoras y señoritas elegantes y de buen tono de la ciudad.
Bajo una atmósfera a lo Claude Monet tropical, el almacén “Bon Marche” del centro de Caracas, exhibía en sus escaparates lo último de la moda francesa. Y la “Panadería de Gradillas”, a través de un anuncio publicitario, decía que su “croissant” no tenía diferencia, en cuanto a calidad, con el que desayunaba la gente “chic” de París…
A comienzos de 1889, el Presidente Juan Pablo Rojas Paúl dispuso por un Decreto, enviar a París la banda que el General Francisco de Miranda llevó como soldado de la libertad en las Campañas de Bélgica y Holanda, para ser exhibida en el Pabellón de las reliquias militares de la Revolución Francesa. Dispuso, así mismo, en ese Decreto, la publicación de un libro contentivo del retrato, correspondencia oficial y particular y proclamas de Miranda en la época de la Revolución, con igual destino que la banda militar. También, y con el mismo fin,  llevó a cabo la acuñación de una moneda de oro conmemorativa del primer centenario de la Revolución Francesa, y que Venezuela dedicó a esa gran nación europea. Igualmente se le envió al Presidente de ese país amigo, el señor Sadi Carnot, el Diploma de la Orden del Libertador en Primera Clase, junto con las insignias correspondientes.

El Presidente de Francia
 Sadi Carnot
Esta acción del gobierno de Rojas Paúl, que representó una muestra de amistad, de respeto y admiración hacia Francia, fue muy bien recibida por el Gobierno y por el pueblo de esa nación amiga.
En Venezuela, la prensa nacional no dejaba de publicar pequeñas y extensas notas acerca del Centenario de la Revolución Francesa. Sobre este hecho histórico, y a manera de invitación, La Legación francesa en Caracas, publicó un aviso en idioma francés en el Diario La Opinión Nacional, que decía así:
Legation de France
A l’occasion de la Fete Nationale de 14 Juillet, le charge d’ Affaires de la Repúblique Francaise a Venezuela e l’honneur d’ informer francais réndant á Caracas qu´ il sera honreux de les recevoir á la Legation, dimanche prochain a 10 heures du matín.
Le Charge d’ Affaires
G. Ritt

Allá en parís, en el marco de La Exposición Universal, el Centenario de la Revolución fue celebrado apoteósicamente. Por supuesto que allí se encontraban Antonio Guzmán Blanco y Ana Teresa, su mujer, el duque de Morny y su esposa Carlota Guzmán Ibarra, así mismo estaban allí el Señor Antonio Parra Bolívar, F. Cowaia, Alberto Lares, representante del Zulia, y Carlos A. Villanueva, también estaban presentes los pintores Arturo Michelena, Cristóbal Rojas y Emilio Boggio. 



Emilio Boggio
Muchos  productos nacionales y trabajos de investigación científica que se exponían en nuestro Pabellón, recibieron más de 150 Premios y Menciones Honorificas. La Junta Venezolana de la Exposición Universal de Paris era la encargada de enviar a Venezuela la lista de los premios concedidos a los expositores en aquel concurso, entre los cuales mencionaremos los siguientes: Gobierno de Venezuela. Colección de Cafés descerezados y trillados: Gran Premio; Nicanor Linares. Café caracolillo descerezado y en pergamino: Medalla de Oro. J.R. Suárez. Café trillado: Medalla de Oro. Compañía el Callao, Mineral de Oro: Gran Premio. Ministerio de Fomento, Colección de Minerales diversos: Medalla de Oro. Compañía de las  Minas de Aroa, Minerales de Cobre: Medalla de Plata. Señor Parra Bolívar, Colección de mármoles: Medalla de Bronce. G. Sánchez, Extracto de Zarzaparrilla:  Medalla de Bronce. Dr. Bermúdez, Vino de Coca: Medalla de Oro : señora Dolores B. de Tovar, Café Trillado: Medalla de Oro.  
Empresa  El Cojo, Registro y Sobres: Medalla de Plata. Vicente Marcano y Dr. Müntz, Química Agronómica: Medalla de Oro. General Antonio Guzmán Blanco, cacao Chuao y Café: Gran Premio. Elías Burguera, de la Comisión de los Andes, Cereales y Harinas: Mención Honorífica. Cook e hijos, Productos Químicos y Farmacéuticos: Medalla de Plata. Francisco de Sales Pérez, Tejidos de Algodón de los Telares Valencia: Medalla de Plata. Ramón Elizondo, Cacao: Medalla de Plata. Vicente Marcano y Dr. Müntz, química agronómica: Medalla de Oro. General Antonio Guzman Blanco, Cacao Chuao y café: Gran Premio. Elías Burguera, de la Comisión de los Andes, Cereales y Harina. Mención Honorifica. Kook e hijos, Productos Químicos y Farmacéuticos: Medalla de Plata. López Rivas, Litografías y Trabajos de Imprenta: Medalla de Bronce. Gobierno de Venezuela, Colección de obras de Administración y estadística: Medalla de Plata.
Para los comerciantes que deseaban tener relaciones con diferentes países, se había instalado una oficina de información e instrucciones para extranjeros en la Explanada de Los Inválidos. Dicha oficina estaba dirigida por un Comisionado del Ministerio de Marina y de las Colonias, en ella se informaba a los visitantes del Gran Certamen, de las publicaciones políticas y económicas de Francia y el mundo entero, escritas en todos los idiomas. Este era un centro útil, no solamente para quienes pretendían iniciar relaciones comerciales con algunos países, sino también, para guiar de manera segura en los negocios, a los que ya, desde un tiempo, habían establecido vínculos económicos con otros países.
Todo se había organizado de manera impecable. El Comisionado General de la Exposición, junto con su infatigable y eficaz equipo, había logrado obtener un resultado satisfactorio en la dirección del montaje, conservación, promoción, y seguridad del personal que trabajaba en La Exposición, como de los miles de visitantes que a diario recorrían sus instalaciones.
Durante La Exposición Universal de París, ocurrió un hecho interesante que es digno de contar. Al Barón de Almeda, Ministro de la República Dominicana, se le ocurrió la idea de invitar a los embajadores de varias monarquías a su banquete en el Hotel Continental en París. El barón de Almeda no quiso aparecer como el promotor de la idea, entonces le pidió al Ministro de los Estados Unidos que presidiera el banquete y pronunciara el discurso de apertura. Mc. Lane, que era el Ministro estadounidense, aceptó la petición del dominicano. Así que entonces se les repartieron invitaciones a los embajadores de las monarquías residentes en París, pero ninguno de éstos aceptó la invitación. El embajador de Austria-Hungría, que no podía olvidar a María Antonieta, no asistió al banquete. El embajador español recibió la orden de María Cristina [7] Reina Regente de España, de no asistir. 
María Cristina de Austria. Reina Regente de España
Estando ausente el Embajador inglés, los funcionarios de la embajada declinaron la invitación. El conde Munster, embajador alemán, telegrafió, pidiendo instrucciones y se le contestó que se mantuviera ausente. El embajador ruso recibió  una orden semejante. El turco estaba en Constantinopla. El italiano se excusó con algunas palabras sentimentales, lo mismo hizo el Nuncio Papal. Los ministros danés y sueco, no aceptaron la invitación.
“El banquete, bajo todas las circunstancias, parecía una demostración de todas las repúblicas contra las monarquías”. Dijo el corresponsal del Times de Londres en París, pues todas las repúblicas americanas concurrentes a La Exposición Universal, eran quienes invitaban a los embajadores de algunas monarquías al famoso banquete del Hotel Continental.
Para muchos aquella ocasión será recordada como la primera vez en que todas las repúblicas se mostraron agrupadas bajo la presidencia de un representante del gobierno de los Estados Unidos. Parece que Mc. Lane recibió el permiso especial de su Presidente, para asumir esa posición. Con ello el gobierno estadounidense demostraba de plano, su deseo de asumir esa actitud proteccionista hacia todos los países de América.
Ernst Hemingway
“París era una fiesta”, como diría el escritor Hemingway, en aquel verano de 1889. 

Esa ciudad brilló como nunca antes, especialmente en el Campo de Marte, donde su cielo particular, su íntimo cielo iluminado por la magia del hombre, impidió que la noche ocultara la magnificencia de aquéllas arquitecturas realizadas por los pueblos del mundo.
En un privilegiado espacio de la capital francesa, las distintas culturas de la Tierra se juntaron para enseñar sus historias, sus gastronomías, sus expresiones artísticas, sus inventos científicos, sus creencias religiosas, sus animales, sus vegetaciones, sus aguas, sus montañas, en fin, mostraron la totalidad de sus vidas, ofrecidas con esmero, con devoción y con amor, por los creadores de aquéllas construcciones efímeras, próximas a ser derribadas al finalizar la Exposición, como así fue, donde sólo sobrevivió la gran torre de metal, salvada por la emocionada y justa  acción de los habitantes de París, y que, merecidamente, luego se convirtió en el más popular símbolo de la ciudad. Visitada y alabada por millones de turistas, tema en canciones de Edith Piaf, Charles Aznavour, George Brasseus  y Jean Michel Jarre. Retratada por los pintores Maurice Utrillo, Henri Rousseau, Paúl Signac, Georges Seurat, Pierre Bonnard, Robert Delaunay y nuestro Arturo Michelena, pero también odiada por algunos, como el escritor Guy de Maupassant, quien frecuentemente subía hasta lo más alto de la torre, porque según él:

Guy de Maupassant
 “Es el único sitio de la ciudad donde no puedo ver este adefesio”.
La Torre Eiffel tiene hoy 121 años de historia, y por toda su existencia nos recordará que ella fue protagonista principal de un acontecimiento excepcional: La Exposición Universal de París en 1889, donde las naciones del mundo se unieron para celebrar el Centenario de la Revolución Francesa, fuente de inspiración verdadera para quienes siempre batallan a favor de la libertad, igualdad y fraternidad de los seres humanos.


[1] Sadi Carnot era Presidente de Francia, cuando en 1887 Arturo Michelena obtiene el Premio Medalla de Oro, en el Salón Oficial, por su obra  El Niño Enfermo. Días después de recibir esa recompensa, Michelena fue invitado al Palacio del Eliseo, para ser agasajado  por el Jefe de Gobierno francés.
[2] Antonio Guzmán Blanco no terminó de ejercer la presidencia en el bienio 1886 – 1888, pues en 1887 viajó a París donde vivió hasta su muerte, ocurrida el 28 de julio de 1899.
Por ausencia de Guzmán Blanco, se encargó del Poder Ejecutivo el Consejero Federal, General Hermógenes López el 8 de agosto de 1887. Y por no haberse reunido oportunamente el Congreso Nacional para elegir Consejero Federal y de allí Presidente de la República, el General Hermógenes López continuó ejerciendo la Presidencia hasta el 5 de julio de 1888.
Hermógenes López fue quien repatrió los restos de José Antonio Páez, el 9 de abril de 1888. Guzmán siempre se negó a traerlos al país, pues decía que había existido dos Páez, el de la Independencia, Las Queseras del Medio, La Mata de Miel, El Yagual, Carabobo y Puerto Cabello, pero que también hubo el de La Cosiata, la disolución de la Gran Colombia, el del patíbulo de Calvareño y el Páez de la oligarquía.


[3] El escritor Francisco de Sales Pérez, fue un protector del pintor Arturo Michelena. A la edad de 12 años, Michelena le ilustró el libro titulado Costumbres Venezolanas. Fue este escritor quien consiguió la beca del pintor para ir a Francia en 1885.
[4] Jesús María Herrera Irigoyen, fue el director de la revista quincenal El Cojo Ilustrado, 1892-1915. Durante la administración del General Cipriano Castro, Herrera Irigoyen fue Ministro de Fomento.
[5] En 1840 se plantó por primera vez en Venezuela, el árbol de la Morera, en el mismo lugar donde hoy se encuentra el zoológico de El Pinar.
Con un capital de 20.000 pesos, y 2.000 acciones a 10 pesos cada una, el general Gregorio Mac-Gregor, Presidente, y el Dr. José María Vargas, Vicepresidente, fundan una compañía para la alimentación de la Morera y beneficio de la seda en Caracas. Entre la Junta Directiva se encontraban: José Antonio Páez, Carlos Soublette, Diego Bautista Urbaneja, Carlos Arvelo, Martín Tovar Ponte, Andrés Narvarte, Presbítero Mariano Fortique, Guillermo Smith, Santiago Ponte y José de Jesús Paúl.
Las primeras madejas de seda, la Compañía las regala, como una demostración de cortesía, a varias familias de la sociedad caraqueña.
A la muerte del general Mac-Gregor, en 1845, la Compañía se disuelve. En 1881, el italiano Redaelli vuelve a sembrar la Morera en el mismo espacio donde se plantaron por primera vez en 1840. y fue este empresario italiano, quién envió madejas de seda a la Exposición Universal de París en 1889.
La empresa dejó de funcionar años después, al cesar la protección económica del gobierno venezolano.
Finalmente, el 6 de agosto de 1907, se aprobó un contrato entre el Ministerio de Fomento y el Sr. Alejandro Ducharne,  para la siembra de la Morera en las estancias de Cotiza o Anauco Arriba, donde se habían hecho experimentos exitosos para el cultivo de este árbol, pero luego se abandonó el proyecto.
[6] Es probable que la obra de estadística a la cual se refiere el periodista francés, haya sido realizada por el historiador venezolano Manuel Landaeta Rosales, y con una extensión, en cuanto a contenido, no muy abundante, que sería lo apropiado para ser repartido gratuitamente, y en cinco idiomas, entre los visitantes al Pabellón Venezolano.
Bajo el patrocinio del gobierno de Juan Pablo Rojas Paúl, el historiador Landaeta Rosales escribió la Gran Recopilación Geográfica, Estadística e Histórica de Venezuela, tomo I y II, que comenzó a circular en nuestro país en 1890. Trabajo que fue reeditado por el Banco Central de Venezuela en 1963, y el cual, por la importancia de su contenido, es consultado con cierta frecuencia por una buena cantidad de estudiantes interesados por conocer gran parte de nuestra historia.
[7] María Cristina de Austria, viuda de Alfonso XII, Reina Regente de España, por ser Alfonso XIII un niño cuando muere su padre. Durante su reinado Venezuela perdió gran parte de su territorio con el llamado Laudo Arbitral del 16 de marzo de 1891.
La Comisión que redactó el laudo, actuó a favor de Colombia, pues desestimó los títulos presentados por Venezuela, y, descaradamente, tomó partido por el país vecino, el cual le demostró su complacencia a España por esa decisión a su favor, obsequiándole a la Reina Regente una enorme cantidad de piezas de orfebrería realizadas en oro por los indios Quimbayas, en la época pre-colombina.
En 1992, los colombianos tuvieron la desfachatez de reclamarle ese tesoro a España, argumentando que esas piezas de orfebrería eran patrimonio cultural de su nación…




Bibliografía

·      Diario La Opinión Nacional. Caracas, 1889

·      La Revista Universal Ilustrada. Caracas, 1889

·      Manuel, Landaeta Rosales. La Morera en Venezuela. El Nuevo Diario, Caracas. 21 de Mayo de 1919

·      Landaeta, Rosales, Manuel. Gran Recopilación Geográfica Estadística e Histórica de Venezuela. Tomos I y II. Reedición del Banco Central de Venezuela, 1963, Caracas

·      Pisani, Napoleón Arturo Michelena, 127 años de su nacimiento. Diario La Religión, Caracas, dias14/06/90 y 16/06/90

·      Martí, José. Revista La Edad de Oro. N°. 3. Edición de la Cátedra de Literatura Infantil José Martí, Caracas, 1998.
·      Valery Salvatierra, Rafael: La Territorialidad de Venezuela. Fundación Empresas Polar, Caracas, 2006

·      Sucre, Nacha: Alicia, Eduardo, una parte de la vida. Fundación Empresas Polar, caracas, 2009

·      Dalí, Michel La Torre Eiffel cumple 120 años..Corresponsal de Prensa Latina en Paris. Diario VEA, Caracas 22 de marzo del 2009.


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sábado, 4 de diciembre de 2010

LA PINTURA RUPESTRE EN VENEZUELA


En lugares casi inaccesibles de nuestro país, más allá de los ríos y llanuras, sobre las macizas paredes rocosas, ciertos signos asombran al viajero. Espirales, círculos, puntos, líneas, manos, animales, figuras humanas, símbolos abiertos a múltiples interpretaciones, aparecen como testimonio de la vida de los pobladores originales de nuestro territorio.



 Estos hombres con culturas perfectamente adaptadas al entorno que les tocó en suerte habitar, tuvieron el tiempo y la necesidad –humana- de dejar un rastro de su vivir, un vivir marcado por rituales, un vivir religioso.



A nosotros hombres del siglo XX, que nos hemos distanciado de lo ritual y lo sagrado de nuestras propias tradiciones, estas pinturas rupestres nos hablan de un vivir perfectamente ligado a la naturaleza, el trabajo diario y el paisaje, un vivir en y con el mundo. También nos muestran nuestra ineludible e intrínseca necesidad de reconectarnos, de algún modo, con esas formas que solo lo mítico-religiosos puede darle a la vida.



Esta exposición, integrada por un amplio registro de nuestras pinturas rupestres, que debemos a la apasionada investigación de Roberto Colantoni y Lelia Delgado, tiene como fin acercar al espectador, desde lo más remoto del espacio y el tiempo, a estas pinturas, creando, a la vez, una memoria de astros y huellas, de dibujos e imagines primordiales de los pobladores originales de estos territorios que ahora habitamos.


 Es también un modo de celebrar los quinientos años del encuentro de dos mundos, rescatando la valiosísima y –aún- secreta que a nuestro vivir han hecho esos hombres cuyos símbolos hoy contemplamos.



Galería de Arte Nacional      Tomado de Formas del Inicio. La pintura Rupestre en Venezuela. Marzo-Mayo 1992.  (1992  Fundación Galería de Arte Nacional)
(Las fotografías fueron tomadas por Roberto Colantoni y corresponden al trabajo de campo y la investigación en el área de la pintura rupestre en Venezuela)

viernes, 5 de noviembre de 2010

UN LLANERO EN LA CAPITAL (Relato Costumbrista)





 La inmensidad del llano venezolano
Daniel Mendoza
—¡Pum, pum, pum; jiá, jiá, jiá!
—¡Muchacho, mira quién toca!
—¡Ahiá, ahiá, ahiá!; ¿dónde están los blancos de aquí? ¿No hay quién choque al tranquero? ¡Ahí, ahí, ahí!
—¡Va!
—Ya tumbo la palisá, ¡huó, huó, huó!
—Pase usted adelante: ¿qué se le ofrece a usted?
—¿No bibe aquí el Dotor?
—Sí, señor; ¡pase usted adelante!
—Pero ¿por dónde choco? ¡Caramba! Mire usted que no quiero perderme más.
—Por aquí, por aquí... Siga usted, ¡entre!
—Oh, mi Dotor, Dios me lo guar... ¡Candela!, ¿tuavía está usted durmiendo cuando ya es hora de sestiar? ¡Arriba, arriba!
—¡Hola! ¿Palmarote por aquí? ¿Cuándo ha llegado usted?
—¡Cañafístola!, que tris no doi con su comedero. Dende que apuntó el lusero, lo ando sabaniando por estos pedreguyales, y aquí caigo, ayí levanto; acá me arrempujan, ayá me estrujan; y por onde quiera el frío, y la gente y la buya; y los malojeros juio, juio, juio; y las carretas rruuu. ¡Caramba! ¿Cómo diablos pueen ustedes bibir y entenderse en esta grisapa?
Así se anunció en mi casa, no ha muchas mañanas, el personaje que voy a presentar a mis lectores. No será necesario decir que era un llanero, tipo tan conocido en esta capital , que las pinceladas precedentes bastarían a bosquejarlo; tipo original e interesante al propio tiempo; tipo, en fin, que difiere esencialmente de los demás caracteres provinciales de aquesta nuestra pobre República.
Serían las ocho de la mañana todo lo más, y yo dormía aún, o, con más propiedad, yacía aún en el lecho en ese estado de parálisis que suspende el uso de nuestras facultades físicas y morales. Grata y deliciosa parálisis, en que ni se duerme, ni se está despierto; en que los objetos se ven como al través de un prisma y los sonidos se oyen como a una gran distancia; parálisis, de una vez, que quisiéramos prolongar indefinidamente y de la que nos arrancamos por un esfuerzo de decidida voluntad.
Bien se me alcanza, desde luego, que el escritor que así describe esta situación se compromete a algo, porque parece que se declara abogado de la pereza, echándose a cuestas, por añadidura, una grave responsabilidad higiénica. Empero, yo protesto que no es mi ánimo comprometerme a nada. En la inconstancia e inestabilidad de mi carácter, hoy aplaudo lo que tal vez mañana censure; ahora saboreo las delicias de la cama, acaso más tarde escriba una filípica contra los dormilones. Y qué remedio lectores míos? Cada uno es como Dios lo ha hecho y a veces un poquito peor, según decía Sancho. Lo que sí no puedo pasar sin someterlo a mi férula, es el candoroso error en que incurren algunos cuando exclaman: «¡Oh, qué grato es levantarse temprano!» Grave error gramatical, imperdonable confusión de tiempos! Señores, será grato y muy grato HABERSE levantado, pero ¿levantarse, Dios mío? Puede haber maldito el placer en arrancarse el placer mismo de los labios? Pasemos adelante, lectores míos, y no hablemos más de LEVANTAMIENTOS, que es plato que indigesta en estos climas.
Palmarote acababa de llegar a esta melancólica capital, adonde se había encaminado, no por capricho, ciertamente, sino a consecuencias de no sé qué pecado cometido en junio último en la provincia del Guárico; y no menos quería sino que yo le enderezase a esas notabilidades del poder o del favor. ¡Yo precisamente, que no sé dónde paran las unas ni las otras! Pero, paciencia, me dije, que ésta es una de las ventajas del tener paisanos, y después de rebullirme y desperezarme lentamente, salté al fin de aquel lecho, sepulcro de mis gratos o desagradables ensueños.
En tanto que Palmarote lo registraba todo con ávida curiosidad, en tanto que comentaba las láminas de algunos libros y examinaba atentamente los muebles, tocándolo todo con sus manos, como para salir de algún error o mejor fijar una idea, en tanto, digo, hacía yo mi TOlLETTE, que, de paso sea dicho, ni es tan esmerada como la de un pisaverde, ni tan descuidada como la de un avaro. Y a propósito, el vestido de Palmarote no dejaba de interesar por su originalidad. Corto el calzón y estrecho, terminando a media pierna por unas piececillas colgantes que remedan, aunque no muy fielmente, las uñas del pavo, de donde toma su nombre; la camisa curiosamente rizada, no abrochado el cuello, ajustada al cinto por una banda tricolor, como el pabellón nacional, y cuyas faldas volaban libremente por defuera; un rosario alrededor del cuello del GUARDACAMISA ostentaba sus grandes cuentas de oro; desnudo el pie, y la cabeza, metida, por decirlo así, entre un pañuelo de enormes listas rojas, soportaba un sombrero de castor de anchas alas.
Mirábame el llanero, no sin curiosidad, pasar de una función a otra deTOlLETTE y me abrumaba con repetidas preguntas.




—Y ese palito, Dotor, ¿qué significa?
—Es la escobilla de dientes, Palmarote: sirve para el aseo de la dentadura.
—De moo que el que no tiene dientes... ¡probe mi bale Alifonso!, ¡se quedó sin el palito! ¿Y ese otro artificio, Dotor?
—Esa es una relojera: ahí se pone el reloj cuando no lo lleva el individuo.
—¿Y la cabuyita negra?
—Es el cordón del reloj. ¡Mire usted un curioso tejido de cabellos de mujer! ¡Y se lleva así, mire usted!
—¡Ja, ja, ja!, Dotor, eso es cargar la soga en el pescueso. ¡Caramba!, que ya las mujeres enlasan con su mesma serda. Pues ahora, mi Dotor, tiene usted que cabrestiar hasta el botalón o tirar para atrás y rebentar la soga. Pero ¡qué malo es este espejo!
—Al contrario, Palmarote, tiene muy buena luz.
—Pues, ¿cómo me beo yo tan feo? ¡Jesú, qué espantamio!
—Porque ese espejo refleja fielmente las imágenes, amigo mío.
—¡Candela!, pues cuando mi samba se mira en estos ojitos, dice que ya tiene sueño. ¿Y estos cueritos, Dotor, para qué son buenos?
—Esos son guantes, Palmarote: se llevan en las manos de este modo, ¡mire usted!
—¡Caramba!, ¡cuántos aperos! ¿Sabe lo que se me ocurre, Dotor? Si todo lo que ustedes emplean en tantos cachibaches, lo hubieran empleado en nobiyas de primer parto, ¿cuántos beserros no jerrarían en este berano?
—Pero es menester, Palmarote, no ver la vida de sociedad sólo por el lado de las invasiones que ella hace al bolsillo, sino también por el de los goces que da en cambio.
—¡Oh!, mucho que se gosa aquí con el frío y con las piedras y con la buya y dos riales por el sancocho y cuatro ramas de malojo por dos riales y los marchantes con sus tiendas y los nobiyos a rial y medio y uno tan corto y... Dotor, ¿usted necesita esta pistolita?, ¡qué bonita!
—No dejo de usarla algunas veces, Palmarote; pero eso no es un inconveniente para que yo tenga el gusto de ofrecerla a usted: ¡tómela usted!
—Dios le yebe al sielo, mi Dotor, aunque creo que ayá no dentran los papeleros.
Aquí interrumpí yo la serie de preguntas de mi paisano para ponerme a su disposición, estando ya en aptitud de salir de casa. Mis servicios, le dije, se limitarán a dar a usted la dirección de esos señores, de quienes anda usted tan solícito. Sin contestarme una palabra, sacó de su bolsillo un envoltorio de hojas de tabaco (del detestable que se produce en el país), mordió una dosis más que mediana que masticaba con entusiasmo, luego me ofreció para que yo mordiera a continuación, lo rehusé desde luego, me protestó que su oferta era sincera, le probé que mi negativa lo era también, y por último, yo adelante y él atrás (humildad característica del llanero), salimos de casa y nos echamos a rodar por las inmensas calles de esta capital.




En puridad de verdad, no andaba Palmarote escaso de razón al quejarse del frío, acostumbrado, por otra parte, al calor sofocante de las llanuras. La humedad de la atmósfera helaba las extremidades del cuerpo, por lo cual tomamos la acera azotada entonces por el sol. Palmarote abría unos ojos llenos de avidez y de curiosidad. Estamos en la calle del Comercio, le dije.
—¡Mire usted, Dotor!, con rasón yaman a esta suidá la empoya de las letras: ¡mire cuántos letreros!
—El emporio de las letras, querrá usted decir.
—Lo mismo bale, Dotor, que yo no soi plumario. ¡Cuántos letreros!, uno, dos, tres... ¡Caramba!, cada casa tiene el suyo. 


¡Deletréeme aquél!
—«Pastelería nacional».
—Eso si es berdá. Dotor: en cuanto a pasteleros, aquí no reconosemos padrote, y para descubrir el pastel, también estamos solitos. ¡Lea aquel otro, aquel del pabo!
—«Pavos y pichones para los parroquianos vivos y asados».
—¡Jesú, y qué lástima les tengo a los parroquianos bibos!, porque al fin ya los asados pasaron por la candela. ¡El de más ayá, Dotor!
—«Códigos nacionales para instrucción de los empleados que se venden a precios cómodos».
—¡Gran consuelo es ése para los probes, mi Dotor! Mire aquel otro; pero apártese que lo tumba ese burro. (¡Vuelta burro, juío, juío, juío!)
—«Aquí se amuela casi de balde».
—¡Caramba!, ya lo creo; pero buélbase a apartar, Dotor, ¡mire esa carreta! (¡Ese buei palomo, choooó! Marchantes, ¿compran carbones?) ¡Ah lusero!, mire, Dotor, aqueya ojos negros, pelo negro... ésa. ¡Candela y qué buena pata debe tener! ¡Mire cómo pisa en la piedra, ni se trompieza, ni pierde el golpe! Tiene toas las condiciones.
—¡Sepamos, Palmarote, cuáles son esas condiciones!




—Ancas, pecho, siete cuartas, suabe de boca, y güen mobimiento. ¿No correrá con la silla, Dotor?
—Pero entendámonos. Palmarote, ¿habla usted de mujeres o de caballos?
—Pué entonce léame aquel otro letrero, que ya beo que no nos vamos a entender. Y apártese que ahí ba una carreta con basura. ¿Pa onde yeban esa basura, Dotor?
—Para aquel basurero que ve usted allí.
—¡Cómo!, ¿en la capital de Berensuela hai un basurero entre la suidá?
—Uno no más, no, Palmarote; todavía hay algunos otros.
—¡Corotos! Y buélbase a aparear, Dotor, y le aconsejo que se biba apartando: mire una trosá de gente que biene ayí, y aquí biene otra, estos barriles, y ese borracho, mire, mire ( ¡Lepruu! ¡Biba la emocracia! ¡Bibaa! ¡Caramba! —¡Compran piedras de amolar! ¡Arre burro, juío, juío, juío! ¡Ea, ñó elombre, apártese! —¿Usted habla conmigo? Mire que si me le boi al bosal jase barro con el rabo).
—Vamos, Palmarote, continuemos y tomaremos ahora la calle del Sol.
—Ja, están crendo estos muñecos que como anda medio inquilino no puee cantar en patio ageno, y no saben que yo ni miro joyo ni palma chiquita, y cuando no tumbo al toro le arranco el rabo.




—Estamos, pues, ya en la calle del Sol, Palmarote.
—¿En la caye del Sol, Dotor? Acaso el sol sabanea más por esta caye que por las otras?
—Tienes razón: este es un nombre de capricho; pero esto viene de la necesidad de nombrar las calles, bien que algunas tengan un nombre alusivo o histórico. En los pueblos de las llanuras no se conoce esta necesidad, ni tampoco la de numerar las casas, porque allí las poblaciones son reducidas, las calles pequeñas, las casas más distantes puede decirse que están vecinas y los individuos todos se conocen entre sí. No sucede así en las grandes ciudades atravesadas por muchas y extensas calles, con casas varias y en número infinito y con una población considerable, enriquecida casi siempre con gran número de extranjeros.  




—Sí, ya comprendo la necesidá de jerrar las casas, así como sucede con el ganao, que habiéndose aumentao tanto, ha sido menester pegarle un jierro. Y diga usted, Dotor, ¿algunas casas orejanas que he visto aquí, no podría el vecino quemarlas con su jierro?
—Eso seria un robo, Palmarote, como lo seria el hecho de apropiarse el individuo un Orejano que no está en sus sabanas. Esas casas no están numeradas por descuido.
—Y a propósito de estranjeros, diga usted, Dotor, esas gentes de esas otras tierras, ¿serán cristianos?
—No todos lo son, Palmarote; porque no todos los pueblos adoran al Cristo del Calvario. Hay los judíos que, no reconociendo al Hijo de Dios, observan el antiguo código de Moisés. Hay los mahometanos, que...
—No siga, Dotor, que ni yo tengo catria de tos esos códigos, ni es eso lo que he querío preguntarle. Lo que yo quiero saber es si esos Musiusque bienen de por ayá hablando en lengua, son gente güena.
—La sola calidad de extranjeros, Palmarote, o de naturales no hace a los hombres buenos ni malos. El corazón, la índole y los principios de educación son las causas de la bondad o maldad del individuo. Así que entre los extranjeros, como entre los naturales, hay gente buena y gente mala. ¿No conoce usted venezolanos malos, Palmarote?
—Y tantos, Dotor, que más balía que no los conosiera.




—Pero hay una circunstancia en favor de los extranjeros. Todos los más vienen al país por conveniencia, y siendo desconocidos en él, necesitan hacerse una reputación, tienen que hacer dobles esfuerzos para merecer la estimación pública. De ahí viene que sean por lo regular más morigerados y más laboriosos que los naturales, y de aquí el rápido incremento de su fortuna.
—¿Y cómo ha de ser güeno, Dotor, que esos marchantes bengan aquí a yevarse los riales?
—Malo y muy malo sería que se los llevasen, si no dejasen en cambio un equivalente. Pero al contrario, ellos, plegando a esa sed insaciable de riqueza, que no sentimos nosotros por cierto, contraen todas sus fuerzas al trabajo, establecen industrias desconocidas en el país, que van a ser otras tantas fuentes de riqueza pública, emplean en sus establecimientos gran número de obreros naturales, que más tarde se harán empresarios, o al menos se harán más hábiles y diestros en su industria, fomentan, por tanto, y hacen popular el amor al trabajo, satisfacen con sus productos gran parte de las necesidades del país y sirven, por último, de estrechar más y más los lazos de nuestra República con las distintas naciones a que ellos pertenecen. ¿Qué importa, pues, que en cambio de tantas ventajas se lleven parte de nuestro numerario? Porque has de saber, Palmarote, que la riqueza de una nación no consiste en el dinero que ella tenga, sino en los productos que...




—¡Alto ahí, Dotor!, ¿cómo es eso? ¿La riqueza no consiste en el dinero? ¡Cañafístola! Si yo dijera eso ayá en mi tierra, me apedriarían.
—Y sin embargo, esa es la verdad, Palmarote, como lo persuaden los economistas.
—¡El diablo serán esos aconomitas, Dotor! No dormiría yo con eyos ni que me dieran una baca paría.
En esa sazón y coyuntura atravesábamos mi paisano y yo la plazoleta de San Francisco:
—Y ese edificio que ve usted a su izquierda es lo que fuera un tiempo el convento de frailes franciscanos, destinado hoy a las sesiones de las Asambleas Legislativas. ¡Acerquémonos!
—Y diga usted, Dotor, ¿aónde se han dio esos flaires?
—A la eternidad, Palmarote. Después de la extinción de los conventos todos han muerto ya.
—Serían traviesos los tales flaires, Dotor, porque yo sé unas historias de sus paternidaes... ¿Y dise usted que aquí biben ahora esas señoras Asambleas?
—Decía yo, Palmarote, que en ese local se hacen nuestras leyes.
—¡Caramba, Dotor! ¿Y pa una cosa tan pequeña un caserón tan grande? Pues andarán eyas toas regás quini frutas de maraca.
—Continuaremos, si le place, Palmarote, y volviendo esta esquina, ganaremos la calle de las Leyes Patrias: ¡Mire usted ese paredón, que arrancando desde aquel edificio que ve usted allí, recorre toda la manzana! Todo eso es el convento de Reverendas Madres Concepciones.




—¡Hum, malo, malo! ¿Tan cerca de los flaires esas madres? ¿Y no es pecao que las monjas sean madres, Dotor?
—No, Palmarote; es un título que se da a las religiosas, quienes renunciando al mundo y abrazando una religión de las aprobadas, se dice que son esposas de Jesucristo, nuestro Padre, así como a los clérigos se les llama padres, considerados como esposos fieles de la Iglesia, nuestra madre.





—¿Y qué dirán esas santas mujeres de nuestras cosas, Dotor? ¡Y gordasas que estarán ahí entrese potrero, y cómo chocarán al tranquero por berse a toa sabana!
—Ese edificio que está al frente, Palmarote, es el Seminario Tridentino, el establecimiento más útil y más célebre de nuestro país. Ahí se enseñan las ciencias más importantes al hombre...
—Hablemos claro Dotor: ¡aquí se conseña a papelero; aquí es que se apriende a Dotor; pero ya naidie quiere aprender a cura, no señor! Papeles ban y papeles bienen; pero naidie dice «dominos bobisco». Cuando saben haser cuatro gasetas, se cren ya unos hombresitos; pero coja usted un Dotor y póngale una soga en la mano, pa que lo bea too regao en siya. Ni sabe apiársele a un toro, ni arriar una madrina, ni trochar una potranca, ni pasar su siya, ni maldita la cosa ¡Y esto no es sencia! No, señor; gasetas ban y gasetas bienen; Dotores por aquí y Dotores por ayí; y ni el toro se tumba, ni se jierra el beserro, ni se arrea la madrina, ni se trocha la potranca y se moja la siya. ¡Y tóo no es sencia!
—¡Qué disparates, Palmarote! ¿Qué seria de la sociedad si todos fuéramosarreadores de madrinas, como dice usted? Los cultivadores de las ciencias, como los industriales, como los que ejercen oficios, etc., todos, todos prestan un gran servicio a la sociedad, auxiliándose recíprocamente, y es necesario que todos desempeñen funciones distintas. Sería imposible que...
—Pare, pare, Dotor, que ya beo que usted también es papelero, y dígame: ese jumo blanco que se be ayí arriba del serro ¿qué significa? Porque, jumo no puee ser, porque ¡hombre!, ¿quién ba a estar asando tanta carne ayí a estas horas? Polbo tampoco, porque ¡candela!, ¿qué bestias puee estar barajustando ayá arriba? Yo digo que eso debe ser el paro frío.
—Esos son los vapores que exhala la tierra, Palmarote, que no pudiendo ascender más por su peso, ni descender por ser más ligeros que las capas inferiores del aire, se quedan en esas regiones atmosféricas 1.
—Apártese, Dotor, que aquí biene uno a cabayo. ¡Guá!, el mocho es de la cría padronera: ¡béale el jierro en este ganso! Mire, Dotor: yo tengo un mocho rusio, grande; buen moso, y con unas ancas, que se puee escribir una carta, y tan baquero, que la ilasión es que el toro se mené, cuando, ¡sas!, ya me yeba a la buelta del cacho; ¡mocho de responsabilidá! ¿No le gustan a usted los mochos, Dotor?
—¡Oh!, mucho, muchísimo, me desvivo por un mocho.


foto: Arturo Alvarez d´Armas


Al llegar aquí nuestro diálogo, tiempo había ya que nos encontrábamos parados en la esquina que forman al cortarse las calles de las Leyes Patrias y de las Ciencias.
—Mire usted —dije a mi protegido, señalando hacia el oriente , aquella plaza que ve usted allí es la de San Jacinto.
Al oír esta palabra Palmarote hizo un movimiento convulsivo, semejante a esos sacudimientos galvánicos, y palideció.





—¡Caramba! —dijo después de un momento de silencio—, si yo juera desos jasedores de leyes, la primera lei que sacaba del morde sería: «que se compusieran las cárseles y se les añadieran algunas piesas más», porque, Dotor, puee ofrecerse pará un rodeo ayí y no hai sabana; bien es que en un barajuste de ganao hai nobiyo biejo que ba a tené al inprosulto.
Palmarote calló, su frente se puso un tanto sombría, un profundo suspiro salió de lo íntimo de su corazón y una preñada lágrima rodaba lentamente por la mejilla de aquel rostro tostado por el sol y arrugado por las fatigas de una vida rudamente laboriosa. A pesar mío interrumpí aquella situación interesante e hice seña al paisano de continuar nuestra carrera. De allí a poco nos encontramos al frente del Palacio de Gobierno. La entrada estaba sellada de gente. Volvíme hacia Palmarote y le dije:
—Está cumplida mi oferta, amigo mío: está usted en el Palacio de Gobierno, y aquí tocará usted, como Dios lo ayude, con las personas cuyo favor solicita.
—Y diga usted, Dotor, ¿detrás de ese serro no haberá algún yano?
—Sí, Palmarote: detrás de ese cerro está el horizonte. ¡Adiós!


Cerro El Ávila y Caracas a sus pies

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