TULIO HERNÁNDEZ
18 DE MAYO 2014 - 00:01
Desde
lejos, Venezuela se ha convertido en un sufrimiento. Un dolor. Una urgencia.
Una parte adolorida y distante del corazón. Al menos así ocurre para una buena
parte de los venezolanos establecidos en el extranjero que tienen una posición
crítica ante el régimen rojo y militar.
Para
quienes vivimos dentro el país es también, por supuesto, una angustia. Motivo
de pesadumbre y convocatoria a la acción. Pero desde lejos la sensación se hace
compleja. La incertidumbre y la obsesión por informarse aumentan y el pesar,
combinado en algunos casos con ataques de culpa, pesa tanto como la impotencia.
Al menos eso es lo que pude percibir por estos días cuando he tenido la
oportunidad de conversar con diversos grupos de venezolanos que, por diferentes
razones, se han radicado en España.
Lo primero
que impacta es el número. Nadie sabe con exactitud cuántos son, pero es cada
vez más frecuente tropezarlos al azar o saber de amigos, alumnos o compañeros
de trabajo de otros tiempos que hace rato viven en Madrid, Cataluña o cualquier
otro lugar. Los hay con papeles o sin ellos y algunos, como los hijos de
españoles que han regresado al lugar de origen familiar, con doble
nacionalidad. Hay muchos profesionales, unos con trabajos estables, otros
subempleados, profesores universitarios, médicos, abogados, pero también, y
venciendo viejas tradiciones nacionales, empresarios exitosos, mesoneros,
cajeros de tiendas y hasta con un guía turístico tropecé.
El
incremento de la conflictividad del país los ha hecho cambiar. Personas que
conocí acá años atrás absolutamente desligadas de la política hoy son
activistas de diferentes organizaciones que existen por toda España. Recientes
unas, y otras, como la Plataforma Democrática de Venezolanos en Madrid,
con largos años de existencia haciendo trabajo opositor. Amigos antes reacios a
los símbolos nacionalistas hoy portan entre sus ropas aunque sea un pequeño
distintivo tricolor. La mayoría confiesa haberse convertido en predicadores y
no pierden oportunidad para explicarles a amigos, vecinos o al taxista, incluso
sin que les hayan preguntado, qué está pasando en Venezuela y a qué tipo de
régimen totalitario nos enfrentamos.
Y, como
ocurre dentro del país, también hay tendencias y conflictos entre partidos y
bandos que apoyan o se oponen, unos al diálogo, otros, a la protesta violenta.
En las redes sociales se generan agrios intercambios y tuve la oportunidad de
presenciar debates entre algunos que, con los ojos enrojecidos por un llanto
que no querían dejar salir, sostienen que la guerra civil es inevitable, que ya
comenzó pero no nos hemos dado cuenta; otros, convencidos de que ahora sí se
está instalando una dictadura con todas las de la ley, y quienes esperanzados
afirman que, antes de diciembre, Maduró cae y la convivencia entre diferentes
volverá. Como antes.
La angustia
es grande y compartida. Es imposible sentarse con otro venezolano sin que una
buena parte del tiempo se dedique al tema político y, aunque se intente eludir,
la figura del presidente muerto se asoma siempre, fantasmal. Algunos, incluso,
reconocen que se sienten como los legendarios emigrantes cubanos que llevan ya
más de cincuenta años en Miami hablando día y noche de la isla de la que fueron
echados y del criminal de Fidel.
A
comienzos de la semana me conseguí con un trío, dos mujeres y un hombre, que
salían de ver Azul y no tan rosa, la película venezolana que obtuvo
recientemente el Premio Goya. Tenían los ojos blandos de quien acaba de llorar.
Y así era. Me contaron que al momento de la secuencia del viaje de los
protagonistas a Mérida, mirando los paisajes de los valles de Aragua, los
llanos y las montañas andinas, se descubrieron llorando amargamente y, lo más
impactante, que en la sala había otras personas llorando igual. En la salida se
reconocieron, otros venezolanos, y se saludaron solidariamente.
De
regreso, ya sentado en el avión, cierro los ojos, recuerdo sus rostros y pienso
que, de lejos, tu país puede ser también un mal presagio. Una razón para llorar.
Fuente: El Nacional,
Caracas