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lunes, 14 de julio de 2014

Mamá, yo quiero un cadete

Jalabolas izquierdozos contemplando un muñeco de cera... 


El apoyo de partidos de izquierda a los gobiernos militarizados de Chávez y Maduro en Venezuela es oprobioso


PAULINA GAMUS.  EL PAÍS ESPAÑA

                      Habría que retroceder en el tiempo para encontrar algunas respuestas al harakiri de los venezolanos que eligieron presidente a un militar golpista. ¿Qué pasaba por la mente de la mayoría que votó por Hugo Chávez en diciembre de 1998? ¿Cómo fue que esa mayoría creyó el cuento de que el mismo que quiso usurpar el poder por la fuerza de las armas y asesinar a un presidente constitucional, acabaría con la corrupción, la pobreza, la exclusión social y muchos otros lunares en el rostro de la democracia venezolana?
Desde su independencia hasta mediados del siglo XX, la presencia militar fue constante en la vida venezolana. Solo entre 1830 y 1903 hubo un total de 166 revueltas armadas y casi cincuenta años de guerra. Como hecho curioso un dictador militar, Juan Vicente Gómez, quien gobernó con mano de hierro a Venezuela durante 27 años y llenó la cárceles de presos políticos, se rodeó de ilustres juristas y profesionales de otras áreas para pacificar al país y comenzar a dar forma a la institucionalidad venezolana. Era militar, pero su gobierno no lo fue. A Gómez lo siguió el general Eleazar López Contreras, designado a dedo por él, quien abrió unas rendijas a la democracia. Lo siguió otro general, Isaías Medina Angarita, demócrata en su condición humana pero negado a permitir que los venezolanos decidieran con el voto su destino político. Ambos gobernaron con civiles de reconocidos méritos. Fueron militares pero no militaristas. La negativa de Medina Angarita a permitir el voto universal, secreto y directo para elegir al sucesor, provocó el golpe cívico militar o revolución de octubre en 1945. Los dos tenientes coroneles que compartieron el poder con el presidente civil Rómulo Betancourt, simularon aceptar el compromiso de no aspirar ninguno de los tres a la elección presidencial. Pero antes de un año de estar en el cargo Rómulo Gallegos, el primer presidente electo de manera democrática, fue derrocado por esos militares. 
Marcos Pérez Jiménez instauró una dictadura de diez años, los militares tuvieron salvoconducto para abusos de todo tipo: bastaba una gorra militar colocada en la parte trasera de algún vehículo para que los demás conductores supieran a qué atenerse. La dictadura de Pérez Jiménez fue militar, pero los militares estaban en sus cuarteles, no desfilaban con proclamas y juramentos de fidelidad al dictador ni se llamaban a sí mismos perezjimenistas. Eran militares a secas. Fueron esos militares quienes precipitaron la huida del dictador el 23 de enero de 1958 y abrieron el camino hacia la democracia que duraría cuarenta años. La huelga general de los días 21 y 22 de ese mes de enero, fueron determinantes en la caída del régimen. Pero Pérez Jiménez no habría abandonado el poder si sus compañeros de armas no le quitan la alfombra. Imposible pasar por alto que las Fuerzas Armadas leales al dictador durante diez años, fueron las mismas que combatieron con éxito y sin vacilaciones, la guerrilla castrocomunista que quiso acabar con el sistema democrático en los años 60 y comienzos de los 70.
Tanta y tan seguida fue la primacía de los hombres de uniforme que hasta los civiles más civiles se contagiaron con la enfermedad crónica del militarismo. De mi remota infancia guardo el recuerdo de una canción que nos enseñaban en la escuela: “Plan rataplán los soldados pasaron, plan rataplán redoblando tambores, marchan los soldados al compás de su tambor”. El himno del partido socialdemócrata Acción Democrática, fundado en 1941, dice en su primera estrofa: “Adelante a luchar milicianos, a la voz de la revolución”. Su autor fue Andrés Eloy Blanco, el poeta más querido y popular de Venezuela y el ser humano más pacífico y pacifista que uno pudiese encontrar. Al lado de ese himno, está otro no menos solemne y hermoso con letra también de dos insignes y más que pacíficos poetas: Luis Pastori y Tomás Alfaro Calatrava. Ese himno que hemos cantado con emoción todos los que pasamos por la Universidad Central de Venezuela, dice en su primera estrofa: ”Campesino que estás en la tierra, marinero que estás en el mar, miliciano que vas a la guerra con un canto infinito de paz”. ¿Miliciano y guerra? ¿Dónde, cuándo y cómo? ¿Por qué? Allí no queda la cosa, la Venezuela de mis años mozos, la misma que sufría la dictadura militar de Pérez Jiménez, bailó y coreó entusiasmada una canción de la orquesta más popular, la Billo’s Caracas Boys, que decía “Mamá, yo quiero un cadete de la escuela militar, a ver si se compromete porque me quiero casar”. 
Aunque resulte duro reconocerlo, los gobiernos de las cuatro décadas democráticas, tuvieron siempre un trato de mírame y no me toques con los militares. Los sabían demócratas pero no hasta cuándo Y con esos gobiernos comenzó la práctica de colocar militares en cargos de apagafuegos en gobernaciones y organismos o empresas del Estado. Algunos de esos militares, aunque muy contados, tuvieron éxito. Con Chávez se inaugura no solo la militarización del gobierno , sino también la politización del mundo militar. La inspiración para ese modelo no hay que buscarla en Cuba ni en la mayoría de las dictaduras militares que pisotearon los derechos humanos y ciudadanos en distintos países de la América latina. La más cercana sea quizá la de Chapita Trujillo en República Dominicana y la más parecida la de Corea del Norte desde Kim Il -Sung, hasta Kim Jung-Un, pasando por Kim Jong -Il. El culto a la personalidad, la transformación de los hombres de armas en la guardia pretoriana del gobernante y la presencia atropellante de militares en cargos públicos, con licencia para robar, comenzaron con Hugo Chávez y son una realidad opresiva con su incremento en el gobierno del civil Nicolás Maduro. Tan opresiva que el presidente es el primer prisionero del poder militar. 
Es oprobioso, por decir lo menos, el apoyo de partidos e individualidades de izquierda a los gobiernos de Chávez y Maduro. Argentinos y uruguayos que vivieron exiliados en Venezuela por causa de las dictaduras militares de sus países, hoy miran para otro lado ante la obscena militarización de la vida venezolana. Ni se enteran de cómo, paso a paso, han sido los militares quienes han organizado la represión brutal de las protestas ciudadanas. La explicación es muy simple: Chávez se declaró antiimperialista y Maduro continúa esa misa en escena. Si Hitler en vez de ser anticomunista se hubiese manifestado antiimperialista, esa izquierda seria nazi. Y volviendo a los militares ¿qué pasará cuando Venezuela retome la senda democrática? Mutarán, tienen esa cualidad.

Paulina Gamus es abogada y analista política venezolana