Las dos vertientes de la actividad de Miguel Otero Silva confluyen, se unen, se identifican en su creación poética. Miguel pertenece a la gran familia de los poetas testimoniales que han sabido escaparse de si mismos, trascender de su indispensable confrontación con el alma propia, superar su justo orgullo de creadores de sueños, de mitos para buscar la comunión de boca a boca con los pueblos con su innumerable, miserable y admirable semejanza. Miguel es poeta de testimonio y, por lo tanto, poeta de aire libre, poeta de grandes audiencias. No de capillas y recetas.
Jorge Zalamea (Contenido en “Miguel Otero Silva y el compromiso de la poesía”, de José Ramón Medina. Caracas, 1 de septiembre 1975).
GLOSA (Miguel Otero Silva)
Al bosque me fui a buscar
El junco de tu cintura,
La rosa de tu blancura
Y el agua de tu mirar.
Dejaba el río un cantar
En cada recodo umbrío
Y te encontró el verso mío
En la orilla florecida
Porque a orillas de mi vida
Eres un lirio del río.
Cual una garza dormida
Te vi en mitad del estero,
Desnuda como un lucero
Y como un árbol erguida.
Sobre la sabana herida
Por el puñal de la luna
-gonzalito sin fortuna-
Se echaba a volar mi canta
Persiguiendo tu garganta
Blanca como cual ninguna.
Yo tengo los ojos llenos
De lo que sin ver presiento:
Del cálido embrujamiento
Que está temblando en tus senos.
Sombra de árboles morenos
Se tienden en la laguna
Y en la tibia noche bruna
La sabana entera siente
El embrujo de tu frente
Hecha con rayos de luna.
Y aunque temo, yo no quiero
Escapar a mi destino:
Que dé sombra en mi camino
Tu blanco cuerpo altanero.
Hecho con luz de un lucero,
Con albas nubes de estío,
Con amapolas del río,
Con pulpa de pomarrosas,
Con sangre y carne de rosas